
Lo que aquí se publica corresponde a la Introducción escrita por los autores de la antología POESÍA FEMENINA DEL MUNDO HISPÁNICO que Siglo Veinte Editores publicó en 1988, segunda edición, México. Lamento no haber podido contactarme con ellos para la autorización de la edición en esta página. Me consuela, y valga como excusa, el hecho que me motiva el interés de difundir una obra que llena lagunas y contribuye a combatir prejuicios acerca del rol de la mujer en la Historia de la Literatura.
Desde que la península ibérica fue colonia romana y el latín su lengua oficial, las mujeres han venido componiendo canciones y poemas. Hasta nosotros han llegado reminiscencias de algunas de esas mujeres: Pola Argentaria, alabada por su contemporáneo Marcial (40-104 d. c.) y siglos después por Lope de Vega; la poeta y filósofa estoica Teófila, y Serena, apasionada lectora de Homero y Virgilio.
La caída del Imperio romano y las invasiones posteriores dieron lugar a una mezcla de culturas -particularmente cristianas, árabes y hebreas-, lo que a la larga condujo a la transformación del latín vulgar en las lenguas ibéricas (español, catalán y gallego), las que a su vez fueron penetrando la poesía árabe y hebrea. Así, a menudo dos, tres o cuatro líneas en español se añadían a los poemas estróficos árabes conocidos como moaxajas. Tales líneas, llamadas jarchas, son la más antigua expresión lírica en lengua española: eran pequeñas unidades poéticas, recitadas o cantadas por un personaje, que por lo general es una joven que aparece en la estrofa inicial, dirigiéndose a su admirador, ya sea quejándose de su osadía, sugiriendo una cita o anhelando que no la abandone, o bien a su madre o hermana para alabar la apostura del amado o lamentar su ausencia. También los poetas hebreos añadían jarchas a sus poemas: incluso la misma jarcha aparece a menudo tanto en diversas moaxajas árabes como al fin de poemas hebreos.
Las jarchas fueron las precursoras de innumerables canciones y romances anónimos, forma principal de comunicación popular antes de que se generalizara el uso de la imprenta en España. A pesar de la difusión de la lectura, siguieron siendo parte integral de la cultura española, cantándose en tabernas y posadas. Todavía hoy se cantan algunas en todo el mundo hispánico, al igual que en África del Norte y el Cercano Oriente, adonde llegaron con los judíos sefarditas cuando se les expulsó de tierras españolas.
La mayoría de estas coplas y canciones hablan de las hazañas de los hombres en la guerra y el amor, pero algunas son "canciones de mujeres", improvisaciones que hacían aquellas cantantes que a menudo acompañaban su música y su poesía con pintorescas danzas. Estas "canciones de mujeres" expresan a menudo sentimientos acerca de las dificultades con los hombres, ya sean amantes o esposos infieles. También se quejan de las opresivas costumbres de la época, como el matrimonio forzoso y el confinamiento en los conventos de monjas, el casamiento durante la minoría de edad, los padres brutales y tiránicos, el incesto y la baja posición social generalizada de la mujer. Iniciamos esta antología con algunas de tales canciones y coplas anónimas, que podrían considerarse como los más tempranos poemas feministas en lengua española y que han sido tomadas de Cancioneros y Romanceros compilados a partir del siglo XVI.
En tales recopilaciones no sólo encontramos aquella vena popular, sino también el fuerte influjo que los trovadores provenzales tuvieron sobre la aristocracia ibérica, aristocracia que produjo sus propios trovadores entre los que se contaron numerosas mujeres, pues la composición musical y poética se consideró de buen tono entre ellas. Bertranda de Forcadels organizó un auténtico Parnaso en la corte del rey Martín de Aragón. Guillema de Sales, esposa del trovador y conde Hug, estableció en su castillo de Mataplana un verdadero centro literario. Entre tantos poetas de la corte que florecieron durante el reinado del rey poeta Juan II de Castilla (1406- 1458) se encontraban Catalina Manrique, Marina Manuel, la reina Ana, esposa de Enrique II, Vayona (llamada así quizá por haber nacido en Bayona, Francia) y, por encima de todas, Florencia Pinar (fines del siglo XV, de quien incluimos dos canciones. Dama de la corte de Isabel I, Florencia fue una de las primeras mujeres poetas de habla española que firmó con su propio nombre sus composiciones, cuyo brillo y complejidad anticipaban ya ciertos rasgos del barroco.
Y no era la excepción. Beatriz Galindo (1475- 1514) fue una filósofa y lingüista consumada que enseñó latín a la reina Isabel. Llamada la Latina, formó en palacio un círculo en el que leyó y discutió sus Comentarios sobre Aristóteles y otros escritores clásicos. Fundó asimismo, en Madrid, el llamado precisamente Hospital de la Latina.
Otra mujer erudita fue Luisa Sigea (1530- 1560), llamada la Toledana, la cual, cuando tenía dieciséis años, escribió una carta al papa Pablo III en latín, griego, árabe y siriaco. Cintra, poema extenso escrito en latín y publicado en París, le ganó amplio reconocimiento en toda Europa. Dom Manuel, rey de Portugal, la trajo a Lisboa, ciudad en la que organizó un círculo literario y fue preceptora de la infanta Domna María.
La Edad de Oro española (mediados del siglo XVI-mediados del siglo XVII) se vio marcada por una cierta reacción ante la generalizada actitud antifeminista que caracterizó a la Edad Media, cuando casi toda la educación se dirigía a los hombres y obras como el Libro de los engaños e asayamientos de las mugeres (1253) y El corbacho ( c. 1466), otro mordaz ataque a las mujeres, eran extremadamente populares. No obstante, Cervantes (1547-1616) y Lope de Vega (1562-1635) describieron con frecuencia a las mujeres como seres fuertes, heroicos y llenos de virtudes, y no como seres débiles y malvados. Ambos rindieron culto a su contemporánea santa Teresa de Ávila (1515-1582), ese genio polifacético cuya autobiografía ha sido comparada con las Confesiones de San Agustín. Santa Teresa escribió también poemas místicos y obras en prosa tan capitales como Camino de perfección ( 1565) y El castillo interior (1577). Reformista inflexible de lo que consideraba normas laxas, buscó el regreso a la disciplina y la negación de sí rigurosas, viajó por toda España arrostrando el mal tiempo, los malos caminos, las sucias posadas y el hostigamiento de la burocracia eclesiástica (permisos concedidos y revocados después, litigios, confinamientos) para fundar más de veinte conventos de carmelitas descalzas y, en colaboración con san Juan de la Cruz, quince conventos de frailes. En la búsqueda de que no se tratara peor a sus monjas descalzas que a los frailes, les aconseja -y en ello se incluye a sí misma "tolerancia paciente / vistas las cosas". Santa Teresa consideraba "devociones a bobas" "los rezos maquinales" a que "tan aficionadas son las mujeres devotas" e insistía en tener libros en los conventos "porque es en parte este mandamiento tan necesario para el alma como el comer para el cuerpo".
Otra mujer admirada por Lope de Vega fue la tempestuosa Catalina de Erauso ( 1592-1625), aquella Monja Alférez que compitió con los conquistadores en la exploración del Nuevo Mundo. Su autobiografía, que describe veinte años de aventuras en dos continentes con ropa de hombre, hace que en comparación las novelas picarescas de la época parezcan insípidas.
El mismo Lope alabó a María de Zayas (1590- 1660). Aunque casi olvidada, fue la primera mujer novelista de España y una, además, que expresó de manera clara ideas feministas. En los prefacios a sus Novelas amorosas exemplares (1637, 1647), condena la doble norma, aconseja a las mujeres que sientan el orgullo de su sexo y exige "igualdad de derechos", pues "las almas no son hombres ni mujeres", palabras que luego volveremos a encontrar en sor Juana. Las mujeres están lejos de ser estúpidas, sino qué, "en empezando a tener discurso las niñas, pónenlas a bordar y hacer vainicas... Si nos dieran libros y preceptores, fuéramos tan aptas para los puestos y las cátedras como los hombres y quizás más agudas". Por toda la obra de María de Zayas, como punzante leitmotiv, aparece el hombre que engaña, acusa, abandona o castiga injustamente. Ello lleva a que la novelista escriba frases de este tenor : "No lleváis otro designio sino perseguir nuestra inocencia, aviltar nuestro entendimiento, derribar nuestra fortaleza, y haciéndonos viles y comunes, alzaros con el imperio de la informal fama." En fin, María de Zayas considera al hombre como fuente de vicisitudes: "¿Cómo queréis que ésta sea buena, si la hicisteis mala y enseñáis a serlo?"
No puede haber mejor ejemplo de ello que la última gran estrella de la Edad de Oro, sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), monja admirable que nació y murió en México, reducto en aquella época del Imperio español conocido como Nueva España. Sor Juana fue una niña prodigio en gran medida autodidacta, y en su. adolescencia formó parte de la corte del virrey, a. la que abandonó para volverse monja con la esperanza de proseguir sus estudios en muy diversos campos. No obstante, su sed de conocimientos la puso en conflicto con sus superiores eclesiásticos, quienes le aconsejaron que se limitara a los asuntos religiosos. Su elocuente Respuesta a sor Filotea (1693), en que defiende su derecho al conocimiento, es uno de los documentos capitales de la lucha por la emancipación intelectual de la mujer; recientemente fue publicado en Barcelona como "El primer manifiesto feminista". La aguda conciencia de sor Juana acerca de las reprimidas potencialidades de la mujer, expresada en poesía y en prosa, hace de ella la primera feminista del Nuevo Mundo, y una de las mejores. Aquí se han incluido algunos fragmentos de su vasta obra, así como dos villancicos poco conocidos dedicados a santa Catalina de Alejandría (Egipto, siglo III), una de las primeras heroínas en la larga historia del feminismo.
Con el tiempo, la brillante voz de sor Juana fue silenciada, y ante la impugnación insuperable de la Iglesia gobernante, durante más de cien años no se escuchó en el mundo hispánico ninguna otra voz ni siquiera remotamente parecida. Durante los siglos XVIII y XIX el analfabetismo era la norma entre las mujeres, aun cuando en la primera mitad del siglo XVIII, bajo Felipe V (1701-1746), nieto de Luis XIV de Francia, España pasó por una suerte de renacimiento que trajo consigo un crecimiento comercial e industrial, así como vastas obras públicas y un programa cultural amplio. Se establecieron escuelas, se trajeron científicos y técnicos extranjeros, se crearon becas de estudio en Francia y en otros países europeos así como numerosas instituciones : la Biblioteca Nacional (1711), la Academia de la Lengua (1714), la Academia de Medicina (1734) y la Academia de Historia (1738). Este período borbónico de reconstrucción e ilustración se extendió por los reinados de Fernando VI (1746-1759) y de Carlos 111 (1759-1788), monarca inteligente y dinámico, abierto a las ideas racionalistas ilustradas que prevalecían entonces en Inglaterra, Francia, Alemania y Norteamérica, con sus persuasivos argumentos en pro de los derechos del hombre y, a veces, hasta de la mujer. Ardiente admirador del padre Benito Feijoo (1676-1764), filósofo y enciclopedista gallego y uno de los primeros defensores de la mujer en España, Carlos III se esforzó por atraer a las mujeres a sus planes y consiguió que fueran aceptadas en la Real Sociedad Económica, después de un tórrido debate, María Isidra de Guzmán (1768-1805) y la marquesa de Peñafiel. Para ese entonces España se encontraba rabiosamente dividida entre una minoría culta que favorecía la importación de la modernidad europea y los "castizos" o conservadores que se aferraban a las viejas tradiciones españolas. Éstos llamaban "afrancesados" a los innovadores y se oponían a que las mujeres participaran en los asuntos nacionales, escribieran, publicaran o incluso que invadieran los dominios tradicionalmente masculinos, tales como las universidades y academias. No obstante, Josefa Amar (1753-1803) fue admitida en la Real Sociedad Económica de Aragón y publicó un juicioso estudio sobre la educación de las mujeres (1790), así como un notable Discurso en defensa del talento de las mujeres, y de aptitud para el gobierno y otros cargos en que se emplean hombres.
Otra defensora de las mujeres fue Margarita Hickey (1757-1793), iniciadora en el campo de la traducción del teatro clásico francés y ella misma poeta, que solía afirmar que las mujeres, si se lo proponían, podían sobrepasar a los hombres tanto en las ciencias como en las artes. Los "castizos" se referían a tales mujeres llamándolas femmes savantes y précieux ridicules y continuamente se mofaban de ellas. Un gacetillero contaba de una escritora que llamaba a su cocina "mi volcán doméstico" y al vaso "la cárcel del agua". Otro describía a una dama que para pedirle a un cochero que la condujera a la Puerta del Sol, le gritaba: "Auriga, transpórtame a las regiones do moral Febo."
Apenas sorprende que durante el reinado reaccionario de Carlos IV (1788-1808), el inepto hijo de Carlos III, el progreso de las mujeres topara con serios obstáculos y sus problemas no encontraran casi forma de expresión. De ahí que la obra de María de las Mercedes Gómez Castro, Pintura del talento y carácter de las mujeres, pese a haber sido aprobada por el censor, el famoso dramaturgo Leandro Fernández de Moratín, nunca llegara a publicarse ante el comentario desfavorable del vicario (1797). En 1798, una novela de Inés Joyes y Blake, intitulada El príncipe de Abisinia, denunció el trato injusto que los hombres daban a las mujeres y logró ser publicada, aunque sólo porque pasó por traducción del inglés. En " Apología de las mujeres", apéndice a su novela, se lee que no puede soportar el ridículo papel que las mujeres han de desempeñar en este mundo, sea que se las idolatre como a diosas, sea que se las menosprecie, aun por hombres tenidos por sabios. Según ella, son amadas, odiadas, alabadas, vituperadas, reverenciadas, respetadas, despreciadas y censuradas.
La represión contra la voz femenina continuó a lo largo del siglo XVIII, un siglo en el que el país,. agotado por las guerras prolongadas y las pasmosas derrotas en mar y tierra, prácticamente se había estancado cultural y económicamente.
No fue sino a fines del siglo XIX cuando pudieron las mujeres dejar sus hogares, pero sólo para ser brutalmente explotadas en fábricas y talleres, con jornadas interminables, salarios bajos y todo tipo de malos tratos, si bien algunos de sus agravios comenzaron a ser expresados, a veces a través de canciones y poemas, en los boletines y periódicos de gremios y sindicatos. Además de este fermento laboral, las mujeres españolas cultas de todas las clases comenzaron a buscar el reconocimiento que las mujeres del resto de Europa empezaban a obtener. Proclamando su individualidad, su identidad, su derecho a participar en los asuntos políticos, exigían por sobre todo educación para la mujer. En 1873, en Madrid, La Ilustración de la Mujer, una nueva revista, publicó un poema de Ermelinda Ormaeche y Begoña, en el que la autora se burla de la idea de que el conocimiento sea dañino para las mujeres y subraya la importancia social de las madres instruidas. Muchas mujeres, traspasando los muros del hogar, buscaban aligerar las intolerables condiciones sociales.
En esta lucha fueron iniciadoras tres mujeres notables de Galicia, la remota región del noroeste de España, a menudo llamada la Irlanda española, cuya rebelión de 1846 fue brutalmente sofocada y sus líderes ejecutados o encarcelados. Concepción Arenal (1820-1893) logró completar su educación en la Universidad madrileña vestida de hombre. Conocida internacionalmente como socióloga y crítica inflexible del inhumano sistema penal español, escribió un estudio sobre Feijoo así como numerosos libros sobre la condición de la mujer, entre los que se cuentan La mujer es pañola, La mujer de su casa, La condición social de la mujer en España y La mujer del porvenir. Rosalía de Castro (1837-188s), poeta destacada de la España del siglo XIX, expresó su vehemente simpatía por el oprimido campesinado gallego y por la condición de sus mujeres, en quienes recaía con mayor severidad la carga de la pobreza, así como también por las mujeres que se esforzaban en ser escritoras en una época de dominio masculino dentro del ambiente literario. Emilia Pardo Bazán (18s1-1921), figura prominente de la literatura española, escribió unos cincuenta libros de poesía, ficción y crítica. Su obra en tres volúmenes, La revolución y la novela en Rusia (1887), cambió el curso de la novela realista en España. Obtuvo notoriedad por su defensa del naturalismo, movimiento que muchos de sus contemporáneos habían rechazado por considerarlo sórdido e inmoral, pero que ella aprovechó para exponer abiertamente, en memorables novelas y cuentos, la suciedad, la violencia y la corrupción que predominaban en Galicia y en el resto de España.
Emilia Pardo Bazán se declaraba "una feminista radical", aunque rara vez se destaque este hecho. La escritora creía que todos los privilegios debían recaer tanto en el hombre como en la mujer y afirmaba que es en los países pobres en donde se considera a la mujer como bestia de carga y objeto sexual; es más, los españoles fingen siempre preocupación por el amor de las mujeres y no hay un obstáculo mayor para su progreso, ya que perpetúa la batalla entre los sexos que ha existido desde los tiempos primitivos. Tradujo además al español la obra de John Stuart Mill, The subjection of women, y no sólo escribió igualmente un estudio sobre Feijoo sino que prosiguió con la labor que éste se propuso de traer a España ideas científicas, empeñándose en la elaboración de una nueva enciclopedia que extraía su inspiración de la del propio Feijoo. En 1916 se creó para ella una cátedra de literatura comparada contemporánea en la Universidad de Madrid, que ocupó hasta su muerte. Aunque nunca perdió las esperanzas de ser admitida en la Real Academia Española, en la que siempre, hasta hoy, se ha excluido a las mujeres.
Mientras tanto, en la Hispanoamérica del siglo XIX, cada vez más mujeres trabajaban como tabaqueras, textileras, costureras, maestras y, por su parte, las intelectuales de clase media se aplicaban a los problemas sociales y políticos de sus países. En Buenos Aires, Lima y Santiago de Chile impartían conferencias, fundaban sociedades y periódicos orientados fundamentalmente a la educación de la mujer. La chilena Rosario Orrego de Uribe escribió un largo poema, "La instrucción de Ia mujer", que exigía la solución del. problema. La peruana Clorinda Matto de Turner (1852-1909) editó varios diarios y escribió novelas provocadoras, entre las que destaca Aves sin nido (1889), en la que describe el sufrimiento de los indios en manos de terratenientes y clero. También su compatriota y amiga, la novelista Mercedes Cabello de Carbonera (1349- 1909), fue una activista infatigable. Adela Zamudio (1854-1928), boliviana, describiría a su vez con ira y compasión la suerte de la mujer en un mundo masculino.
Pero en España a las feministas se las despreciaba, insultaba y aun encarcelaba y, pese al impulso liberalizador de la generación de 1398, el feminismo se desarrollaba muy lentamente. En un congreso femenino internacional llevado a cabo en Berlín por el año 1904, una delegada francesa exclamó: "¡Como siempre, las españolas brillan por su ausencia!" Cuando en 1907 Carmen de Burgos planteó al parlamento español el sufragio femenino, no sólo los conservadores sino también muchos republicanos y socialistas votaron en contra. No fue sino con la breve república de 1931 que las mujeres ganaron el derecho al voto, pero cuando la primera elección en la que participaron dio el poder a los conservadores, se las culpó a ellas; incluso los anarquistas opinaron que el sufragio femenino era una "calamidad". Pero Dolores Ibarruri (la Pasionaria) no se dejó amedrentar y exigió "la renovación completa de nuestras costumbres: derecho al trabajo, iguales salarios, protección de las madres, investigación de la paternidad, divorcio sin ninguna traba jurídica ni económica, aborto, guarderías infantiles, abolición de la discriminación sexual en las profesiones. . . Nadie como las mujeres han de ayudar a limpiar la carroña fascista y reaccionaria". Con la victoria de Franco, todo lo que se había ganado pareció perdido, aunque algunas mujeres prosiguieron la lucha en la clandestinidad y, desde el fin de la dictadura (1975), se ha progresado mucho: un buen número de mujeres entran en las universidades, ocupan puestos en el gobierno, en la industria, en las casas editoras y en las librerías, y en todas las profesiones en general. Pero, como observa Lidia Falcón en Mujer y sociedad (1969), el feminismo es una palabra vacía en la mente de los españoles. Ni siquiera puede decirse que el feminismo español haya fracasado, nos dice María Aurelia Capmany en El feminismo ibérico (1970), pues no ha llegado a presentarse en la liza.
La poesía feminista no es necesariamente la labor de feministas declaradas, sino de poetas que sencillamente mostraron el suficiente valor para hacer escuchar sus propias voces. De la última década del siglo XIX al final de la primera guerra mundial, un resurgimiento de la poesía conocido como modernismo, fuertemente influido por los decadentistas franceses Verlaine, Rimbaud y Baudelaire, recorrió todos los países del Nuevo Mundo al punto de que, por primera vez en la historia, la madre patria se vio sobrepasada y dejó de servir como modelo. Con esta explosión poética, las mujeres inundaron las prensas con sus poemas, pero la mayoría se concretaría a imitar a los hombres, que se inclinaban por un arte hermético y deshumanizado. Hubo algunas excepciones, entre las que destacan la chilena Gabriela Mistral (1889-1957), la argentina Alfonsina Storni (1892-1938) y dos uruguayas, Delmira Agustini ( 1886-1914) y Juana de Ibarbourou (1895-1979), creadoras todas ellas de una lírica intensamente personal. Aunque ninguna fue feminista en un sentido activo, todo en su poesía y en sus vidas se rebelaba en contra de la sumisión tradicional de la mujer. Gabriela Mistral fue una gran humanitaria; uno de sus temas principales era la tragedia de no tener hijos, que ella convirtió en un amor profundo, no sólo por los niños sino por la humanidad entera. También el tema de Delmira Agustini se centró básicamente en la tragedia de la maternidad frustrada. Al sondear la esencia de la pasión femenina, encontró la necesidad elemental de un contenido intelectual y espiritual, rechazando el puro amor físico por ser incapaz de crear la "otra estirpe" que ella anhelaba. Alfonsina Storni, quien con un hijo natural luchó amargamente dentro de su sociedad dominada por los hombres, escribió poemas irónicos y a menudo mordaces. La espontaneidad de Juana de Ibarbourou, su cálido erotismo y su ágil fraseo demostraron ser refrescantes y la popularización en todo el continente, donde se la conoció como Juana de América.
La siguiente generación de mujeres poetas se vio obligada a adoptar una postura más realista ante los graves acontecimientos históricos (la primera guerra mundial, la revolución rusa, el fascismo, la guerra civil española), como nos lo muestra en forma dramática la poesía de la española Ángela Figuera (1902-1984). Aunque al inicio escribió con aire subjetivo sobre su feliz vida familiar y la belleza del paisaje, al término de la guerra civil desplazó su atención hacia "un mundo malherido y difícil... Todos mis libros responden a ese clima de solidaridad con los problemas y sufrimientos de nuestro tiempo". Se la conoce por sus vívidos retratos de lavanderas, sirvientas, prostitutas y amas de casa oprimidas, y es también autora de uno de los poemas más agudos sobre la maternidad como esclavitud por la conservación de la especie ("Madres"). También Gloria Fuertes (1918- ) vivió la guerra civil española, lo que, según sus propias palabras, la convirtió en pacifista; con el brío típico de los españoles, ridiculizó la civilización creada por los hombres, incluyendo a banqueros y eclesiásticos. Aunque su ingenio indomable y su fértil y a menudo surrealista fantasía la hacen parecer una humorista al estilo de Ramón Gómez de la Serna, su íntima preocupación es la condición humana, los desheredados y oprimidos: "Yo no puedo pararme en la flor / me paro en los hombres que lloran al sol", y entre aquellos que lloran incluye a las mujeres, vituperando a sus explotadores, a quienes llama tigres ("los hombres son tigres"). Al igual que Gabriela Mistral y Ángela Figuera, trata asimismo el problema de la maternidad en un mundo de hombres, aunque en una vena más ligera. Incluimos aquí algunas muestras de su vasta producción, en las que se observa una profusión de juegos de palabras, a la vieja usanza española. El poema " ¡Hago versos, señores!", por ejemplo, es un tejido de equívocos alrededor de las palabras "casa", "cosa" y "caso".
En Hispanoamérica, una contemporánea de Gloria Fuertes, la uruguaya Idea Vilariño (1920-) escribe con un mayor compromiso político, aunque después del golpe militar en su país un tono casi lúgubre penetró su obra. La mexicana Rosario Castellanos (1925-1974) combina una mirada filosófica con una perspectiva histórica bien fundada, tanto en sus novelas como en sus poemas, en los que emplea complejos de una imaginería sorprendente, como en "Jornada de la soltera", un tratamiento más del tema de la mujer sin hijos. Habiendo sido una estudiosa a fondo de los problemas de la mujer, en "Meditación en el umbral" entre otros sugiere que no se ha encontrado la solución y que requiere "Otro modo de ser humano y libre / otro modo de ser". Su vigorosa declaración abrió el camino a una nueva generación de mujeres poetas nacidas después de 1937 , procedentes de diversos países pero todas con una clara comprensión de los problemas de la mujer contemporánea en tanto que mujer, como en el caso de la española Juana Castro (1948- ).
Si en el mundo hispánico el desarrollo de la poesía feminista fue lento, en los años recientes ha florecido. España cuenta con un fuerte movimiento feminista tanto en Madrid como en Barcelona, así como con muchas librerías y publicaciones de mujeres, como la revista Urogallo, que presenta la nueva escritura tanto de hombres como de mujeres. También en Hispanoamérica las mujeres han organizado sus propias sociedades en cada país del continente, así como un congreso panamericano que se reúne con regularidad, y también ellas cuentan con librerías Y periódicos propios, como la revista Fem de México, una de las más notables.
Es tan voluminosa la producción de poesía feminista reciente que ha sido verdaderamente difícil seleccionar entre tan vasto material, donde todo explora los diversos aspectos de los problemas de la mujer desde una variedad de puntos de vista. El camino que corre desde la protesta anónima por haber sido excluida del campo de batalla, contenida en la vieja copla "La niña guerrera", queda bien ilustrado en la poesía de Gioconda Belli (1948- ), combatiente de la revolución sandinista de Nicaragua, aunque en la poesía feminista actual el impulso principal sea antimilitarista. La chilena Raquel Jodorowsky (1937- ), por ejemplo, escribe sobre la guerra nuclear y sobre la contaminación del planeta como algo que amenaza particularmente a mujeres y niños y se asombra de que haya "tanta cólera en la mente de los hombres": es su espíritu destructor el que la hace impotente y le impide hallar alguna forma de relación. La argentina Elena Jordana (1940- ) se siente repelida por el comercialismo actual y, al igual que la panameña Bessy Reína (1942- ), por la secular infidelidad de los hombres. Muchas poetas modernas piensan que los problemas de la mujer deben verse en un contexto sociopolítico más amplio, como la mexicana Kyra Galván ( 1956-) sugiere en "Contradicciones ideológicas al lavar un plato", y que, en la búsqueda de "otro modo de ser", la mujer requerirá de una civilización transformada.
Lo cierto es que, a lo largo de los siglos, los problemas de la mujer han cambiado radicalmente. En muchas partes del mundo, el matrimonio forzoso y durante la minoría de edad, el confinamiento en los conventos, la negativa de educación y voto han desaparecido ya de la agenda feminista. Tal vez en un futuro próximo suceda lo mismo con los problemas de hoy, que se volverán obsoletos después de luchas similares. Las poetas feministas, críticas sensibles de la sociedad, habrán contribuido con mucho a que caigan en el desuso.

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