“La prostitución es uno de los mejores negocios”
Por PAULA BISTAGNINO
“La prostitución es la esclavitud de nuestra época y es, además, el negocio en el que todas las perversidades del sistema capitalista se ven funcionando juntas y en complicidad. Un ejemplo de manual”, define Sara Torres, directora de la Coalición Internacional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe (Catwlac –Región Mercosur) y moderadora de la Red No a la Trata, que lleva más de tres décadas trabajando para condenar y erradicar la explotación sexual de las personas, como una de las formas más “terribles y comunes de violación de los derechos humanos hoy”.
Sexóloga de profesión, fue una de las pioneras del movimiento feminista en el país y formó parte de aquel primer grupo de la Unión Feminista Argentina (UFA), a principios de la década del ´70, con personalidades como María Luisa Bemberg, Gabriela Cristeller y Leonor Calvera. Hoy, a los 71 años, sigue al frente de la lucha por la abolición del comercio sexual. “Le doy la bienvenida al fin del rubro 59, por supuesto. Es una medida absolutamente positiva y le pone fin, de una vez por todas, a esta participación legalizada de las empresas de medios en la gran industria del sexo”.
¿Por qué considera que se tardó tanto en tomar una decisión como esta?
Porque es un gran negocio que mueve millones. Entonces, nadie se atreve a tocarlo o, mejor, dicho, a muchos no les conviene tocarlo. En el contexto actual, creo que esto tiene que ver con sancionar al Grupo Clarín, que ha ganado muchísimo dinero con esto. Pero eso no le quita la importancia que tiene. Los medios de comunicación siempre han tenido un doble discurso respecto de esta tema, porque a ellos también les redituaba ganancias. Y eso era más importante que promover una actividad que no sólo está prohibida en nuestro país, sino que es una las mayores problemáticas de nuestra sociedad hoy, porque pasó de ser una práctica socialmente condenada y casi clandestina, a ser algo normal.
¿Cree que hoy está naturalizada?
Claro. Pasó de ser algo que estaba mal visto a algo casi obligatorio. Yo pertenezco a la generación de la revolución sexual y el amor libre. En esa cultura, la prostitución era una cosa del pasado y el tango, o, en todo caso, de sectores marginales. Y, además, se veía el daño a la sexualidad que implica también para el hombre, porque pagar por sexo genera una adicción, e inevitablemente altera la manera de relacionarse con una mujer. Hoy, es una práctica habitual, que atraviesa las clases sociales y a la que ya no se ve como algo negativo. De otra manera, sería absolutamente inexplicable el programa de (Marcelo) Tinelli y el éxito que tiene. Es una apología constante de la prostitución y degrada a las mujeres. El negocio del show bussiness, del que participan los medios, es una manera de blanquear, promover, facilitar y legitimar en la opinión pública la existencia de este negocio que está de moda y hasta parece glamoroso.
¿Cómo se explica este proceso de legitimización?
La respuesta es dinero. La prostitución es uno de los mayores negocios de la globalización, junto con el de las armas y el narcotráfico. Que además van muchas veces juntos. Porque, en general, las mujeres explotadas sexualmente son convertidas en adictas. La droga les pone las cadenas adentro y facilita su esclavización. Pero la legitimización ha sido facilitada, además, por la legalidad que le dio el Protocolo de Palermo (para Prevenir, Reprimir y Sancionar la Trata de Personas), que se firmó en 1999 en esa ciudad italiana. Palermo produjo un retroceso porque, previo a él, regía la Convención de 1949 contra la Trata de Personas, que directamente prohibía la explotación del sexo ajeno.
Ahora, lo que dice el protocolo, que se logró con la presión de quienes manejan esta industria, es poner la carga sobre la víctima: si hay consentimiento, el traficante se convierte en un digno comerciante y no hay penalidad.
¿Cuál es su opinión de la Ley de Trata recientemente promulgada?
Hay que modificarla. Lo venimos diciendo desde que la ley se votó y, al día siguiente, presentamos un veto a la Presidenta. Porque justamente está hecha en base al protocolo de Palermo y por lo tanto, para penalizar, toma en cuenta el consentimiento de la víctima. Nosotros, me refiero a las organizaciones a las que pertenezco, somos abolicionistas y creemos que el tema del consentimiento es irrelevante, tal como lo establece la Convención de 1949, de la que la Argentina fue signataria.
Es decir que la tradición de nuestro país es abolicionista en este tema. Entonces esta ley, igual que el Protocolo de Palermo, es un retroceso. Y es imprescindible cambiarla. De otra forma, va a pasar lo que ya está pasando: los traficantes de personas están triunfando y su negocio sigue creciendo exponencialmente, como lo viene haciendo desde 1999.
De todas maneras, en la Argentina sigue vigente la Convención de 1949.
Sí, es una ley nacional (Ley 15.768), pero está absolutamente olvidada y se elige tomar en cuenta el Protocolo de Palermo, que apunta al crimen transnacional organizado y no a la defensa de los derechos humanos, que fue el objetivo de la Convención de 1949. En cambio, la ley actual no deja en claro que el delito se configura con o sin el consentimiento de la víctima. Es decir que no sólo no cambia nada, sino que encima pone más obstáculos para la prueba.
Nosotros creemos que el delito de trata existe cualquiera sea la edad de la víctima y haya prestado o no su consentimiento, porque proxenetas y explotadores son delincuentes por sus acciones y no por la condición de quienes son sujetos de su explotación. Porque es ridículo pedirle a una persona en situación de servidumbre que demuestre que no eligió eso. Se sabe que, además, las víctimas de trata suelen padecer del llamado Síndrome de Estocolmo o de guerra: terminan aceptando lo que las dañó porque es lo único que les da identidad. Aliarse con su opresor es lo único que les puede mejorar la situación. O sea que, si la víctima dice que estaba ahí porque quería, ya no hay trata. Entonces resulta que cuando la víctima elige serlo, el victimario es inocente.
¿Qué opina de las penas que establece esta ley?
Son menores que las que le dan al ladrón de gallinas. Las penas van de 3 a 6 años de prisión en el caso de trata sobre mayores de 18 años, es decir, que estamos hablando de la posibilidad de excarcelación. O sea que roban un bien material es más grave que robarle los derechos a una persona. Y luego, en los casos de menores de 18, las penas aumentan a los 15 años, que tampoco es una pena que esté teniendo en cuenta el delito y el agravante de que se trate de un menor.
¿Hay algún modelo de ley que sea ejemplificador?
El de Suecia, que es el único país que penaliza el consumo de la prostitución. Y esto es crucial, porque si no hay cliente, no hay prostitución. Los hombres que la consumen dicen exactamente lo contrario: “Si ellas no se ofrecieran, nosotros no haríamos nada”. Ellos son cómplices necesarios de la situación, porque en la Argentina están prohibidos los prostíbulos y ellos acuden a sabiendas de eso. De todas maneras, esto es parte de una cuestión mayor: es imprescindible que se tomen medidas para desalentar el consumo, de la misma manera en la que hay que limitar el consumo de alcohol de los jóvenes. En esa misma dirección, con la gran diferencia de que el alcohol no es una persona. Pero las dos cosas son totalmente dañinas para toda una generación.
¿Se sabe cuántas mujeres son víctimas de trata hoy?
Es imposible saberlo porque no hay denuncias. La elección de las mujeres es cuidadosa. En muchos casos ya han estado en situación de prostitución, entonces es más fácil decir que lo hacen porque quieren, y en muchos otros no, pero son personas que no tienen herramientas de defensa ni acceso a la justicia. Por otro lado, la denuncia casi siempre llega cuando la mujer ya pudo salir. Lo que también sucede es que los proxenetas les dejan enviar plata a sus casas, entonces las familias piensan que ellas están bien, trabajando, y no denuncian. Pero una buena estadística casera es contar los avisos del diario, que ahora no van a salir más pero van a seguir estando en Internet y empapelando las calles, y multiplicarlo por cinco. Ese es un número aproximado.
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